LA IGLESIA ORTODOXA tiene un tesoro invaluable, no solo en el ámbito de los oficios y las obras de los Santos Padres, sino también en el ámbito del arte eclesiástico. Como se sabe, la veneración de los santos iconos es muy importante en la Iglesia Ortodoxa, ya que el icono es algo mucho más grande que una simple imagen. No es simplemente un adorno del templo o una ilustración de las Sagradas Escrituras, sino que tiene una correspondencia total con Ellas, es un objeto que entra orgánicamente en la vida de los oficios divinos. Con ello se explica el significado que la Iglesia da al icono, es decir, no a cualquier representación en general, sino al icono canónico, es decir, aquella imagen específica que Ella misma ha elaborado en el transcurso de su historia en la lucha contra el paganismo y las herejías; aquella imagen por la cual, en el período iconoclasta, pagó con la sangre de sus mártires y confesores de la fe.
‘Icono’ es una palabra griega que significa ‘imagen, representación.’ En el icono la Iglesia no ve sólo un aspecto cualquiera de la enseñanza cristiana de la fe, sino la expresión del Cristianismo en su totalidad, la Ortodoxia como tal. Por ello, es imposible comprender o explicar el arte eclesiástico fuera de la Iglesia y Su vida. El icono, como imagen sagrada, es una de las manifestaciones de la Tradición de la Iglesia. La veneración de los iconos del Salvador, la Madre de Dios, los ángeles y los santos es un dogma de la fe cristiana que fue formulado por el VII Concilio Ecuménico - un dogma que emana de la confesión fundamental de la Iglesia: la encarnación del Hijo de Dios. El icono de nuestro Señor es el testimonio de Su encarnación verdadera, no ilusoria. El significado dogmático del icono fue claramente formulado durante el período iconoclasta.
En esencia, la Iglesia Ortodoxa ve en la encarnación del Hijo de Dios el fundamento para la veneración de los iconos. Los iconos elevan nuestro pensamiento de la imagen al Arquetipo.
Al defender los iconos, la Iglesia Ortodoxa no defendía su aspecto didáctico o estético, sino el mismo fundamento de la fe cristiana: el dogma de la encarnación , ya que el icono del Salvador es al mismo tiempo, testimonio de Su encarnación y nuestra confesión de Jesucristo como Dios. "Yo vi la imagen humana de Dios y fue salva mi alma," dice San Juan Damasceno. En otras palabras, el icono del Salvador es, por un lado, testimonio de la plenitud y realidad de Su encarnación, la representación de la personalidad Divina del Verbo encarnado, una naturaleza nueva transfigurada; y por otro lado, testimonio de la realidad de nuestro conocimiento de Jesucristo como Dios, es decir, la revelación. La aspiración del hombre hacia Dios, que es el aspecto subjetivo de la fe, se encuentra con la respuesta de Dios al hombre - la revelación, que es el conocimiento religioso objetivo, expresado en palabras o en imágenes. De este modo, el arte litúrgico es, no sólo nuestra ofrenda a Dios, sino también el descenso de Dios; el arte en el cual se produce el encuentro de Dios con el hombre, de la gracia con la naturaleza, de la eternidad con lo temporal. La tradición es la revelación que sigue viviendo. Es la vida de la Iglesia en el Espíritu Santo. La experiencia de aquel que la recibió, crece con la experiencia de todos los que la recibieron después que él. Esta conjugación de unidad de la verdad de la revelación con la experiencia personal de su recibimiento es uno de los aspectos fundamentales de la Ortodoxia: su característica de ser Concilial.
En esencia, la Iglesia Ortodoxa ve en la encarnación del Hijo de Dios el fundamento para la veneración de los iconos. Los iconos elevan nuestro pensamiento de la imagen al Arquetipo.
“No me inclino ante la creación en lugar del Creador, sino me inclino ante el Creador que se hizo creado como yo, y sin humillar Su dignidad o sufrir ninguna división, descendió a la forma de una criatura para glorificar mi naturaleza y hacerla partícipe de la naturaleza Divina. Junto con el Rey y Dios, me inclino ante la púrpura del Cuerpo, no como vestidura y no como a una cuarta Persona, no, sino como convertida en partícipe de esa misma Divinidad. Del mismo modo que el Verbo, sin sufrir cambio alguno, se hizo Carne, del mismo modo, la Carne se hizo Verbo sin perder aquello que ella es, mejor dicho, siendo una con el Verbo en la Hipostasis. Por ello, con atrevimiento represento a Dios invisible no como tal, sino habiéndose hecho visible por nuestra causa a través de la participación en la Carne y en la Sangre. No represento la Divinidad invisible, sino por intermedio de la imagen expreso la Carne de Dios que fue visible.”
— Fuente: Obispo Alejandro (Mileant)